lunes, septiembre 25, 2006


Himalaia Posted by Picasa

miércoles, febrero 22, 2006

Despedidas...

He venido a decir adiós... Esta borboleta hace mucho tiempo que levantó el vuelo, hace demasiado tiempo que revolotea de un lado para otro. En el camino he encontrado palabras y amigos, sonrisas y caricias en forma de poemas; y es éste el mejor de los tesoros que me llevo conmigo.

Quiero agradeceros a todos los que habéis visitado este rincón cada día, dejando vuestras huellas, haciendo que mis palabras tengan sentido, porque así "Doravante Borboleta" existió durante todo este tiempo, fue una mariposa que nació de todos vosotros...

No me voy muy lejos. Podéis encontrarme al doblar la esquina, porque no me he curado de este vicio de la escrita diaria, de contar instantes.

Un día, el escritor brasileño Paulinho Assunção me dijo que mis textos eran como "casulos" (el capullo de un gusano de seda) que algún día darían una borboleta en forma de historia. De momento quiero seguir encerrada en casulos, en pequeños rincones de palabras, en letras mínimas, por eso os invito a mi nueva casa. Visitadla siempre que queráis o que lo necesitéis, porque será un casulo de puertas abiertas, tejido sobre todo con vuestras valiosas palabras...

Seguidme, por aquí...

viernes, febrero 10, 2006

En el silencio de la noche, los ruidos nos pertenecen. Como por ejemplo el suave deslizar del azúcar que cae sobre el té de jazmín o el susurro de mi vecino mientras, quizás, besa a mi vecina. Por la noche oímos aquello que el día se empeña en ocultarnos: las palabras que sólo fueron comienzo, los besos que se quedaron en el aire, y el silencio, sobre todo el silencio...

Me gusta la noche, porque por la noche sólo estoy yo, y la soledad no me duele.

miércoles, febrero 08, 2006

Sin título...


Continuo "robando", esta vez una fotografía, del maravilloso blog de Jorge Neto

martes, febrero 07, 2006

He robado una conversación. En el metro. No he podido evitarlo. Y no lo lamento. Mientras esperaba dos adolescentes se colocaron detrás de mí, hablaban sobre chicas; uno de ellos estaba enamorado, muy enamorado... De pronto, con la voz temblorosa, dijo: "...porque el verdadero valor de una persona no se mide por lo que es sino por lo que hace y a eso se le llama belleza interior."

La vida a veces nos sorprende... mucho, y a veces consigue que vuelva a casa con una sonrisa de oreja a oreja.

Un abrazo enorme para todas las personas que visitan esta borboleta y que desbordan belleza interior.

lunes, febrero 06, 2006

Se buscan poemas para velas solitarias...

jueves, febrero 02, 2006

De tiempos y recuerdos...

Acaba de pasar el afilador, subiendo muy despacio por la calle. Yo tenía la ventana cerrada y el sonido de su llamada me ha llegado como un imposible. He creído soñar, haber sido asaltada por un recuerdo más de la infancia, por un tiempo de color sepia que hace tiempo desapareció. Pero no, este afilador existe y en estos momentos se pierde tras la última curva de mi calle, haciendo sonar su flautita de silbidos, con la gorra de cuadros y la bicicleta vieja, y la mirada siempre hacia arriba. He querido bajarle todos los cuchillos, incluso los que ya cortan demasiado. Y él me ha mirado desde abajo, esperando mi señal; y yo le he sonreído desde las alturas de mi balcón. Como si fueramos un Romeo y Julieta distintos, como si otro tipo de amor se hubiera instalado entre nosotros: el amor del antiguamente...

domingo, enero 29, 2006

Les feuilles mortes...

Oh ! je voudrais tant que tu te souviennes
Des jours heureux où nous étions amis.
En ce temps-là la vie était plus belle,
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui.
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle.
Tu vois, je n'ai pas oublié...
Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Et le vent du nord les emporte
Dans la nuit froide de l'oubli.
Tu vois, je n'ai pas oublié
La chanson que tu me chantais.

C'est une chanson qui nous ressemble.
Toi, tu m'aimais et je t'aimais
Et nous vivions tous deux ensemble,
Toi qui m'aimais, moi qui t'aimais.
Mais la vie sépare ceux qui s'aiment,
Tout doucement, sans faire de bruit
Et la mer efface sur le sable
Les pas des amants désunis.

Les feuilles mortes se ramassent à la pelle,
Les souvenirs et les regrets aussi
Mais mon amour silencieux et fidèle
Sourit toujours et remercie la vie.
Je t'aimais tant, tu étais si jolie.
Comment veux-tu que je t'oublie ?
En ce temps-là, la vie était plus belle
Et le soleil plus brûlant qu'aujourd'hui.
Tu étais ma plus douce amie
Mais je n'ai que faire des regrets
Et la chanson que tu chantais,
Toujours, toujours je l'entendrai !

Yves Montand

viernes, enero 27, 2006

"Se me ha escurrido un camino del alma... Se recompensará a quien lo busque"

Siese Vieira

"Mi cuerpo es un mar interior, donde desembocan los efluvios de la locura"

Maric Joêve

"Hay tormenta, y las gaviotas buscan refugio en tierra."

Walter Öhman

lunes, enero 23, 2006

Secretos...

Era el día más triste del año, lo había dicho un investigador británico, y quizás por eso el tío Federico andaba cabizbajo por el pasillo. Se desenroscaba la boina como si fuera el tapón de una botella de coca cola, se limpiaba el sudor con un pañuelo de cuadros y caminaba dando grandes y nerviosas zancadas. Por el estrecho pasillo. Un, dos, tres pasos y media vuelta. Estuvo así una hora, después se puso el abrigo y salió sin mirarme, sin decir nada.

Aún no ha vuelto, aunque la comida espere humeante en la mesa y él siempre diga que la hora del almuerzo es sagrada. Aún no ha vuelto y encima mi madre está llorando en su habitación, la he oído por detrás de la puerta, aunque igual luego me regañe por andar espiando en las vidas y secretos ajenos. Pero es que últimamente esta casa parece estar llena de secretos, todos hablan bajito cuando yo ando cerca y si llega alguien de visita aún es peor, porque se encierran en el salón y me mandan a mi habitación a jugar.

La puerta de la entrada. Se ha abierto. Eso es que el tío Federico ha vuelto y ya no pasa nada. Y mi madre habrá dejado de llorar escondida tras la puerta de su habitación y seguro que mi tío ya no tiene ni una gota de sudor enroscada debajo de la boina. Igual también se acaban las conversaciones llenas de susurros en las que no puedo participar, quizás todo vuelva a ser como antes, aunque hoy sea el día más triste del año.

No me gustan las batas blancas, nunca me han gustado, porque sé que después de ellas viene siempre el dolor. Tampoco me gusta la sonrisa del médico que ha llegado con mi tío Federico, ni su mano húmeda que acaricia mi mejilla. Pero, menos aún, las palabras llorosas de mi madre:

- Cariño, tenemos algo muy importante que contarte.

domingo, enero 22, 2006


A los hombres de la lluvia se los lleva el viento, por eso a veces ni los vemos. Y no son ni gotas en tu ventana ni tardes de libros por leer, no son velas que se apagan ni luces relampagueantes atravesando el cielo. Son apenas agua, transparentes, como el amor y la esencia de los sueños; llevan un olor de tierra mojada en la punta de sus cabellos, y no conocen dueño.



sábado, enero 21, 2006

Le chat bleu...



Francine Van Hove

miércoles, enero 18, 2006

Esteban.

Hoy he pensado en mi abuelo. Su presencia a veces me sorprende y me arranca un par de lágrimas. No oigo sus pasos cuando se acerca, ni siento su mano cuando me acaricia el cabello como cuando era niña, ya no puedo escuchar su voz de contar historias y, a pesar de eso, a veces lo siento vivo junto a mí. No como un fantasma o un espíritu en pena, sino como el abuelo que fue, el hombre inteligente que pudo llegar a ser un gran actor pero que se quedó para construir los pilares de una familia: mi familia.

Mientras escribo me parece oírlo interpretar, como cuando contaba aquella historia del lanzamiento de las botas de un general franquista por la ventana, porque dicho general no acababa de conformarse con el buen trabajo de su zapatero, mi abuelo. Recuerdo el día en el que me acompañó a un huerto donde tenía plantados unos manzanos, porque yo quería enterrar el hueso de un aguacate, con la esperanza de que naciera un árbol de él. Lo colocó entre la tierra, lo regó y me prometió que crecería. Yo volvía cada año en busca de mi aguacate. Nunca vi ni una sola ramita. Por eso creí que crecía al contrario y que algún día aparecería en el otro lado del mundo. Por eso, y porque mi abuelo nunca faltó a una promesa.

Llego un momento en el que fue mi abuelo el que escuchaba mis historias, y no le importaba que inventara mil locuras o fantasías, se mantenía serio y concentrado en lo que oía y después me enseñaba libros de otros que también habían soñado como yo. Una vez me regaló uno de sus libros más preciados y me dijo que debía leer un capítulo cada día y que si me aburría podía saltarme alguno. Al final nunca lo leí entero, porque a la edición del Quijote que mi abuelo me dio le faltaban las últimas páginas, y probablemente nunca leeré el Quijote entero porque no imagino tener entre las manos otra edición distinta de ésta que ahora viaja conmigo.

A veces mi abuelo me llama y me vuelve a contar historias, aunque su voz no parezca la misma y vuelva disfrazada de tiempo. Y entonces se me escapan dos lágrimas, porque pienso que la vida se escapa muy rápido y yo ya no lo tengo a mi lado. A veces, cuando somos niños, no nos damos cuenta de la importancia de los instantes, de las palabras o los silencios. Por eso me gusta aniñarme cuando mi abuelo me visita en forma de historia, y cuando se va, curiosa como aún lo sigo siendo, me pongo de puntillas sobre el recuerdo del banco de su cocina y robo por unos instantes el Quijote incompleto que siempre fue mío.

lunes, enero 16, 2006

El hombre de la gabardina gris lloraba, sentado en un balcón del mirador. Ante sus ojos se extendía un río azulado de invierno, y la leve lluvia caía confundida entre sus lágrimas. La ciudad corría sin descanso antes sus pies, pero para el hombre de la gabardina gris el tiempo se había detenido. Allí, sentado en aquel banco, en aquel jardín colgado sobre la ciudad, un dolor antiguo había vuelto para perseguirlo, para humillarlo, para arrancarlo de la placidez en la que vivía. Nada. Nada podía hacer. Esta vez no habría escapatoria.

Saltando entre los charcos de lluvia se acercó una niña de ojos oscuros. Tarareaba una canción indescifrable y, de vez en cuando, interrumpida por un esbozo de silbido o canto de pajarito. Llevaba una bolsa de plástico entre las manos. Tenía una sonrisa que brillaba a través de la cortina de lluvia. Era una niña hermosa, a pesar de vivir aún inmersa en la infancia.

Cuando la niña de ojos oscuros descubrió al hombre de la gabardina gris, paró en seco. Ambos, separados apenas por un charco, se miraron. El hombre observó su abrigo zurcido por mil inviernos; la niña siguió el recorrido de las lágrimas que se perdían en la maraña de su barba. Se miraron.

La lluvia amainó cuando la niña se sentó a su lado. Revolvió en su bolsa de plástico y, con una mirada triunfante y cargada de seriedad, sacó de ella una pequeña caja azul.

- ¿Quiere usted comprarme una cajita? - preguntó.
- No, no necesito ninguna cajita - contestó el hombre de la gabardina gris, aún llorando.

La niña dejó caer los brazos y la cajita rodó hasta su regazo. El hombre, creyendo haber sido demasiado duro se secó las lágrimas con el dorso de la mano y añadió:

- Además, no tengo joyas para guardar en esa cajita.

La niña rápidamente reencontró la ilusión en estas palabras y, sonriendo, casi cantó:

- Pero esto no es una cajita para guardar joyas, es una caja para guardar tristezas. Las fabrica mi abuelo y yo las pinto de azul, después recorro la ciudad en busca de su dueño. Por ejemplo, esta cajita que ve aquí le pertenece a usted. Y no piense que es tarea fácil, porque las tristezas son solitarias y no les gusta llamar la atención, por eso llevo todo el día buscándolo.

El hombre sonrió ante el discurso de la niña de ojos oscuros y buscó en el bolsillo de su pantalón algunas monedas, que puso sobre la palma morena de la vendedora de cajitas. La niña cerró la mano que contenía las monedas, se puso en pie y, con la otra mano, se alisó el vestido viejo y descolorido. Después explicó, seria:

- Debe usted aprender a utilizarla. Yo le explicaré cómo debe hacerlo, pero no olvide ninguna de mis instrucciones, porque la tristeza es experta y anda siempre escapando.

Durante algunos minutos la niña de ojos oscuros instruyó al hombre de la gabardina en el arte de encerrar tristezas, resaltando puntos importantes y dando pequeños consejos y artimañas que la experiencia le había mostrado. Al acabar depositó un beso húmedo y pequeño sobre la mejilla del hombre, y se marchó. Tarareando una canción indescifrable, saltando de charco en charco, mojando la punta de su vestido con el agua de la lluvia.

El hombre de la gabardina gris siguió paso a paso las instrucciones de la niña, después abrió la cajita azul y murmurando unas simples palabras la cerró de golpe: Adiós tristeza. Y de pronto su corazón parecía más leve y lleno de frescura, y alcanzó a vislumbrar un tenue rayo de sol, despuntando tras el castillo y el pasado que, embrujado, regresó a su rincón. El hombre se puso en pie. Buscó a la niña. Corrió en todas direcciones. Pisó todos y cada uno de los charcos en los que ella había sumergido sus pequeños zapatos. Nada. Ni rastro de ella. Y a pesar de todo, sonrió.

Poco después el hombre de la sonrisa nueva miró la ciudad que se extendía bajo sus pies. Se guardó la cajita que contenía su tristeza olvidada y se fue, saltando entre los charcos, tarareando una canción, indescifrable.

jueves, enero 12, 2006

María del Eco abre los ojos, el pequeño Lume le coloca una caracola entre los cabellos.
- Él... Él...
- ¿Quién?
- Él me ha dado esto para ti.

De mi ventana...

Sobre el edificio de enfrente hay olas. Por la mañana son casi quietas, apenas caricias de mar; pero con el caer de la noche se vuelven tempestades, y recorren los andamios como si recorriesen el océano. De los peces ni rastro, por lo menos no con el rostro que imaginamos. Hay otros seres, extraños a veces, silenciados casi siempre; son siempre otros los seres que pueblan el mar de metal que se extiende ante mis ojos. Llegaron hace tiempo en la barca del exilio, llegaron cruzando estrechos, atravesando estepas, creyendo que nuestro mar era más calmo. Ahora saben que las olas son las mismas, allí o aquí...

Cuando levanto la persiana ya están ahí, con sus aletas encalladas en el dolor, con sus labios apretados y acallados por quien nunca pisó este mar. Cuando cierro la persiana siguen allí, no me miran, no me hablan, quizás porque piensan que los observo desde la otra orilla, desde tierra firme. Pero yo también soy una exiliada, aunque no lo sepan ni lo imaginen. Yo también navego en ese mar, de andamios y olas, con el único y titánico esfuerzo de reconstruirme, de volver a ser el pilar de mi vida. La única diferencia es que yo tengo siempre un billete de vuelta, ellos no.

domingo, enero 08, 2006

El misterio de las letras...

A veces recibo mensajes escondidos en luciérnagas. Llegan al atardecer, enroscados en papel mariposa, como si vinieran de lo antiguo, del tiempo que ya ha pasado. Pero el brillo de las luciérnagas me dice que, aún así, viajan preñados de futuro. Y cuando una luciérnaga se apaga, allá aparece otra, llena de horizonte y tiempo. Quiero vidas llenas de intensidad, me gustan los equilibrios a punto de extremo, para que las lágrimas sean más húmedas y las sonrisas más abiertas, decía el último. No sé quien envía los mensajes desde hace un año, permanece anónimo y en silencio y con silencio me calma, me cuida y me consuela, siempre. Me gustaría tener una dirección, un apartado postal y un jardín de luciérnagas para poder enviarle un mensaje preñado de gracias.

jueves, diciembre 29, 2005

Cinco (des)cuentos para no tan niños...

Marianela, Marianelaaaaaaaaa, grita Peluso intentando luchar contra las corrientes de aire y nieve. Detrás de la cortina blanca distingue luces y risas, pero su cuerpo cansado apenas le permite extender las alas y dejarse llevar, hacia el Norte, siempre hacia el Norte. Las voces van llenando silencios, y las palabras se dibujan en su pico de golondrino tonto y cabezota. Y a pesar de todo consigue encontrar las fuerzas en la punta más alejada de sus alas, y con un último esfuerzo atraviesa la cortina de viento, nieve y tiempo que le separa de su añorada Marianela.

Marianela junta sus manos en forma de cuenco y acaricia al pequeño golondrino tembloroso y desfallecido, sintiendo el latir de su corazón junto al dedo meñique de la mano izquierda. Le sopla un poquito sobre el plumón helado mientras susurra su nombre: Peluso, peluso, despierta...

Y Peluso abre los ojos oscuros y sonríe con sonrisa de pájaro peregrino. Y la vocecita le sale de adentro, pequeña pero brillante, casi como el eco de un silbido:
- ¿Ya ha nacido? Díme Marianela, ¿ya ha nacido el primer brote?

La niña del Norte responde con la misma mentira de siempre, sabiendo que así obliga cada año al valiente golondrino a partir en su viaje loco; aún sabiendo que sus plumas ya no son las de antes, que los años se le van agarrando a las alas y los vuelos son ya cansados caminos.

- No, aún no Peluso, has llegado a tiempo, como siempre.

Y el golondrino se duerme de sonrisa en el pico, grande, muy grande, satisfecho por su misión cumplida, por haber conseguido ser más rápido que la Primavera, llegar antes que ella, mucho antes, para esperarla entre las manos cálidas de su añorada niña Marianela.

(Fin)

lunes, diciembre 26, 2005

Nativitate...

- ¿Qué ha pasado?
- La Navidad.
- ¿Aquí también?
- En todo el mundo...

Dos granos de arena observaban el mundo desde el borde de un tejado. Y entre copos de nieve y peligrosos remolinos, se contaban uno al otro sus aventuras de viajeros peregrinos. Ambos volaban en las asas de las golondrinas, de las pequeñas mariposas o de las majestuosas águilas, a veces planeaban suspendidos en una simple corriente de aire. Y desde alturas de querer imaginar distinta la tierra, observaban el humo que queda de todas las guerras, los ojos oscuros y cansados de tanto llanto.

- Hoy he visto a un niño que abría todos sus regalos y ni siquiera sonreía - dijo el primer grano de arena.
- ¿Y eso por qué? - preguntó el segundo.
- Porque ya no sabe jugar, porque tiene tantas cosas que perdió el espacio de la ilusión.
- ...
- ¿No dices nada? - dijo preocupado el primer grano de arena.
- Se me han gastado las palabras... - contestó con tristeza el segundo grano, mientras se agarraba a un copo blanco de nieve que pasaba.

Y así se fue perdiendo entre los altos edificios de cristal, con la mirada triste de un grano perdido de arena, que de tanto viajar y conocer verdades, consigue olvidar cómo sonreír. El primer grano de arena, preocupado ante tanta ausencia de esperanza, se agarra con fuerza a los cabellos del próximo grano de nieve y lo sigue. Lo sigue entre las personas apresadas de Navidad, cargadas de objetos inservibles y vacías en su caminar, y lo alcanza a las afueras de la gran ciudad.

- ¡Espérame! - gritó el primer grano de arena.
- ¡No puedo!, ¡llego tarde!
- Llegas tarde, ¿adónde?
- A casa.

El primer grano de arena lo miró sorprendido, ¿a casa?, pero si nosotros somos apenas seres peregrinos, tuvo ganas de decir.

- No, nosotros también tenemos un lugar al que llegar - respondió sonriente el segundo grano, como si de pronto hubiera adquirido la habilidad de leer pensamientos y sueños. - Dice el viento que ha nacido un niño en el desierto de Kalahari, y que ha abrazado entre sus manos a todas las arenas del mundo. Y yo quiero ir a jugar con sus cabellos, ¡estoy harto de la Navidad!
- ¡Ojalá yo también pudiera ir...! - suspiró entristecidamente el primer grano de arena.
- Claro que puedes, tan sólo tienes que seguirme.
- Pero yo no soy de allí, del desierto de Kala...kalahari...
- Yo tampoco, pero no quiero que me hables de fronteras cuando nuestra casa es el mundo, cuando las lágrimas caen con la misma fuerza en todos los rincones y cuando todas las manos esperan en la misma posición...
- ¿Tú crees que ese niño habrá visto alguna vez nevar? - preguntó el primer grano de arena, agarrándose aún más al pequeño copo de blanca nieve.
- No lo sé...

Los dos granos se perdieron por detrás del horizonte, viajeros peregrinos sobre dos pequeños copos de nieve, a camino del desierto de Kalahari, donde un niño acabado de nacer abraza todas las arenas del mundo.

miércoles, diciembre 21, 2005

De mi ventana...

Desde mi ventana veo estrellas aldebarãs que nunca se extinguirán; cosas nimias que con el tiempo se cargaron de importancia, y sobre todo de cariño, trazos aminúsculos que dibujan mis horas; veo dos barcos lejanos que viajan con un viento soñado entre las velas, y un pájaro negro que revolotea entre vocablos mágicos; veo casi siempre una muralla, de esas que unen a fuerza de besos en lugar de separar, y un ábaco de letras que conocen la belleza ; veo una mirada que me mira, clara, pura y transparente, y un rincón de almas gemelas; desde mi ventana veo la ciudad y el río aunque estén lejos, y el abrazo de tantas palabras que llegan al despertar... y yo, por detrás del cristal, intento devolver lo mucho recibido con un simple beso soplado de cariño.

lunes, diciembre 19, 2005

El rincón de todos mis secretos...

Mi ventana...

Yo...

miércoles, diciembre 14, 2005

Cosas simples...

Encuentro la felicidad en las cosas más pequeñas. Cada vez más. En el palomo y la paloma que se besan junto a mi ventana; en el sol tibio de invierno cuando, al cerrar los ojos, me acaricia en mis tardes de balcón; en el olor del jengibre en el momento exacto de ser cortado, que me hace recordar tierras que aún no vi de ojos abiertos; en las trenzas de mi amigo, el de la voz dulce; en el color del río, que por las mañanas parece un espejo de plata; en las palabras amigas que surcan océanos, como si fuesen barcos de soñar caricias; en el olor de la lluvia, en su lento gotear de tardes cinéreas, en su milagro de caer...

La felicidad me encuentra, cada vez más, de alma y manos abiertas.

domingo, diciembre 11, 2005

Sobre anteriores palabras...

Las palabras del pasado viernes corresponden a una participación en Ficticia, una comunidad literaria en lengua española, con colaboraciones llegadas de ambos lados del océano. Una casa agradable y cálida en la que recomiendo descansar y disfrutar del placer de las palabras y las letras. Quizás, de pronto encontréis un vocablo mágico escondido en un botón o tengáis la suerte de descubrir a Rubem Focs buscando a la literatura, por creerla caída dentro de un charco de agua...

viernes, diciembre 09, 2005

Engravidamentos vocabulares

De tanto engravidar desmomentos apalmilló un jardín de mariposeantes vocábulos. Mirescuchó en la ventanía el rumorante crepillamear de una hoguera de estoriadas vidas. Su corazón festerrelampagueó el mover brusquimento de una leyenda y, atontoneante, convocantó el silencio.

lunes, diciembre 05, 2005

Cuatro (des)cuentos para no tan niños...

(...) Pero el norte le espera, el primer brote aguarda su llegada de golondrino vociferante de primaveras. El cariño de Yala y los recuerdos de Siap, el país al revés, se le van agarrando a las plumas en forma de nostalgia, aún sin haber partido. La ardilla lo acompaña de nuevo hasta la superficie de raíces patas arriba y con un gesto de disimulo oculta una lagrima rebelde.
- ¡Ojalá no fueras apenas un ave de paso! - susurra en el viento cuando Peluso alza el vuelo y se pierde tras el horizonte.

Peluso viaja triste y piensa que la amistad y el cariño no lo pueden comprar ni siquiera todos los brotes de todas las primaveras. Y de pronto su fuerza se desvanece y duda ante la locura de su empresa, durante instantes desea poder volar al revés, hacia atrás, hacia las ramas del almendro, en busca de los ojos grandes y oscuros de la pequeña ardilla Yala. Ha prometido volver, pero sabe que en su vida de golondrino errante las promesas casi siempre se pierden en el tiempo.

Pero en el norte helado presienten su llegada. Encienden las luces de la aurora boreal para que no se pierda en el camino; y le hacen señales de sonrisas, que se divisan desde lejos. Marianela revuelve la nieve con el pie y, cuando nadie la mira, esconde bajo los copos fríos un pequeña hoja verde y tímida, que se empeña en despuntar antes de tiempo.

(Cont...)

jueves, diciembre 01, 2005

Días de lluvia, sol y flores...

Hoy el frío está lleno de sol, aunque nadie lo pueda ver, aunque las gotas gruesas de lluvia golpeen mi ventana. Cuando la mañana se llena de satisfacciones y la tarde se completa con el aroma del té y las páginas de un buen libro, los días siempre se llenan de sol, aquí dentro, junto a una esquinita del corazón.

martes, noviembre 29, 2005

Assobios...

Hoy hace un año que descubrí el primero de tantos libros hermosos, que encontré al escritor de sueños, al compañero de ilusiones y amigo... Hoy, después de aquel momento ahora distante, mis días están más completos.

"Chegou em Outubro, ao mesmo tempo que as chuvas compridas e silenciosas daquela aldeia. Os cabelos caíam-lhe pelos lados magros da cara, a roupa estava totalmente ensopada e pesada, os olhos mal se abriam de tanto espanto: era uma chuva tão molhadora como qualquer outra, mas sem o dom natural de fazer barulho ao cair. Acreditou estar no meio de um intenso nevoeiro, e abriu a boca. Provou a água, a sua realidade molhada, e sentou-se à porta da igreja. Nunca tinha vivido uma chuva assim (...)"

(O Assobiador, Ondjaki)

lunes, noviembre 28, 2005

(Des)encuentros...

El crepitador de historias sabe que lo buscan, pero se calla la urgencia de querer ser encontrado. Una misión de letras y fuego empuja sus días, obligándole a olvidar la caricia de unas manos pequeñas sobre su piel, el hálito afresado de unos labios que ahora le persiguen cada noche; su imposible misión le hace perder unos ojos profundos, que son al mismo tiempo casa y olvido, patria y abismo.

En cada nuevo camino garabatea sus historias sobre los ojos y manos de extraños, sobre los corazones de niños de los cuales no conoce el nombre, sobre los labios de otras mujeres, distintas. Y apenas el eco de un silencio sujeta sus pasos cansados. Pero él continúa infatigable, sembrando vocablos y sueños, inventando vidas nuevas o recordando pasados. Por eso, cuando quiere decir campo dice María, cuando intenta pronunciar pan apenas se escucha María y al querer susurrar la palabra amor el Eco le golpea con un único sonido: María, María...

viernes, noviembre 25, 2005

Tres (des) cuentos para no tan niños.

Peluso abrió un ojo, luego el otro; cientos de ramas llenas de hojas y flores lo observaban. Se enderezó apoyando sus alas sobre lo que creía que era una alfombra blanca de dientes de león.
- ¡No te muevas tan rápido! - gritó la ardilla Yala, acercándose a él. - No le hagas cosquillas a la nube en la barriga, porque sino se empieza a reír y luego suelta risas relampagueantes y truenos en forma de carcajada.
- ¿Dónde estamos? - preguntó Peluso, ahora con los ojos bien abiertos, observando el maravilloso espectáculo que se extendía bajo su mirada. Los árboles colgaban danzarines de un cielo de tierra, las aves parecían volar sin hacerlo realmente y el mundo bajo sus pies se movía como si navegara en una barca. Todo estaba lleno de color; de todas las tonalidades (im)posibles de un verde mágico, de azules mariposas y blancos dientes de león que jugueteaban entre ellas.
- En Siap, en el país al revés - contestó Yala, cayendo de un gran salto sobre las ramas de un almendro. - ¡Ven conmigo!, yo te mostraré todo...

Peluso abrió las alas y quiso volar como siempre lo había hecho, las agitó con todas sus fuerzas como mamá le había enseñado en su primer vuelo, cerró los ojos y controló con el pico la dirección del viento. Saltó de la nube. Pero en Siap, en el país al revés, nada es como hemos aprendido, todo debe ser descubierto de nuevo y sus alas de vuelo no cortaron el viento, no planearon entre las nubes y las ramas de los árboles, apenas le ayudaron a agarrarse de nuevo a su alfombra blanca salvadora.
- ¡No puedo volar! - gritó, casi sollozando - ¡No sé volar!

Yala no pudo controlar una carcajada al ver su cara de pánico y con la pata le mostró una paloma que en aquel momento pasaba agitando sus alas bajo el extraño cielo de Siap. Peluso la observó de pico boquiabierto y después de algunos segundos puso en marcha su misma técnica. Yala aplaudía entusiasmada mientras el golondrino, emocionado por su nuevo descubrimiento, volaba vertiginoso entre las ramas del almendro. Al revés, como todo en Siap, dando la espalda a la tierra y batiendo alas contra el cielo.

- ¡Qué lindo es el cielo! Se parece tanto al de mi tierra... - pensó, silbando.
(cont.)

martes, noviembre 22, 2005

Instantes mágicos...

Hoy me ha sucedido algo mágico. Me he despertado con grandes deseos de leer en español y eso, cuando uno no está en su país, a veces se convierte en una urgencia. Por eso, después de comer he ido hasta la biblioteca del Instituto Cervantes, con un nombre en mente: Gonzalo Torrente Ballester porque, lo reconozco, aún no había leído nada de él.

Las estanterías de la biblioteca son blancas y hay demasiada luz, ¡qué se le va a hacer!, es un edificio nuevo, limpio y nuevo. Por eso, de entre todos los libros, he escogido el más antiguo: una edición de 1963. Con la portada de tela, azul, y el anagrama de ediciones Destino labrado en el centro. Se lo he dado a la bibliotecaria, ella lo ha abierto, como siempre, para introducir los datos en el ordenador. De pronto me ha mirado, con sus ojos castaños bien encendidos, y me ha mostrado el libro abierto por la primera página. Y yo la he mirado a ella, con una sonrisa cómplice, de quien descubre y comparte un secreto.

Durante un instante he querido robar el libro, llevármelo debajo del abrigo y buscarle un lugar en mi vida, en mi habitación, para siempre... Ella ha metido la tarjeta de devolución con fecha marcada para el 7 de Diciembre (mi cumpleaños) y me lo ha entregado mirándome a los ojos. Creo que ha adivinado mi pensamiento, mi deseo de guardar ese libro sin abrirlo nunca, con su tesoro oculto, ajeno al aire, a las voces, a todas las miradas.

Pero dos segundos después he pensado que Gonzalo Torrente Ballester, el mismo que hace años dedico este libro azul que ahora descansa junto a mi mano, no desearía que su libro estuviese cerrado. Por eso, después de escribir la última palabra de este día voy a abrirlo por la primera página, la miraré con ojos que no leen, como hago siempre, y sólo después me dejaré descansar entre un torbellino de vocablos, puntos y renglones.

domingo, noviembre 20, 2005

Saib...

En las tardes de domingo, la casa siempre olía a manzanas frescas. Saib me ofrecía una, sonriente, y yo la mordía con fuerza, clavaba mis dientes de niño en su corazón de frescura verde. El jugo, aún medio ácido, me resbalaba por la barbilla, y yo reía, reía lleno de líquidos tibios en la calidez de la tarde. Después buscaba hormigas. Negras. Y construía obstáculos para sus ya atareadas vidas de bichos responsables y eficientes: un pequeño canto, una ramita, las pepitas de mi manzana, la dentadura de la abuela...

Saib sonreía y a mí casi me querían asustar sus dientes blancos. Cuando yo le preguntaba por qué eran así, él decía que en su país todos tenían los dientes muy blancos, tan blancos como la luna, señora y diosa de sus días. Tenía también la piel oscura, tanto que a mí me gustaba siempre cogerle de la mano y decirle: Mira Saib, parecemos un pastel de bizcocho y chocolate, como los que hacía la abuela en las tardes de domingo. Y él volvía a sonreír, aunque yo bien sabía que se ponía triste y que después se iba a la cocina a llorar escondido entre sus cucharas y cazuelas. La abuela entonces se acercaba con sus pequeños y silenciosos pasos, le pasaba la mano por el cabello encaracolado, ya grisáceo por tantas lunas fuera de su país, y sin decirle nada le colocaba una manzana fresca entre las manos.

Él se la guardaba en el bolsillo izquierdo de su camisa, se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano y corría junto a mí, junto al niño que era entonces, para ofrecérmela como si la hubiera acabado de recoger del único manzano que teníamos en el jardín, aquel que murió en el mismo día que la abuela.

viernes, noviembre 18, 2005

En este preciso instante dos palomas se besan frente a mi ventana, sobre el borde de piedra del tejado de la casa verde. Y el cielo plomizo no les importa, tampoco la suave llovizna que a veces amenaza la tarde, se besan y basta.