De mi ventana...
Sobre el edificio de enfrente hay olas. Por la mañana son casi quietas, apenas caricias de mar; pero con el caer de la noche se vuelven tempestades, y recorren los andamios como si recorriesen el océano. De los peces ni rastro, por lo menos no con el rostro que imaginamos. Hay otros seres, extraños a veces, silenciados casi siempre; son siempre otros los seres que pueblan el mar de metal que se extiende ante mis ojos. Llegaron hace tiempo en la barca del exilio, llegaron cruzando estrechos, atravesando estepas, creyendo que nuestro mar era más calmo. Ahora saben que las olas son las mismas, allí o aquí...
Cuando levanto la persiana ya están ahí, con sus aletas encalladas en el dolor, con sus labios apretados y acallados por quien nunca pisó este mar. Cuando cierro la persiana siguen allí, no me miran, no me hablan, quizás porque piensan que los observo desde la otra orilla, desde tierra firme. Pero yo también soy una exiliada, aunque no lo sepan ni lo imaginen. Yo también navego en ese mar, de andamios y olas, con el único y titánico esfuerzo de reconstruirme, de volver a ser el pilar de mi vida. La única diferencia es que yo tengo siempre un billete de vuelta, ellos no.
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