martes, junio 21, 2005

Te quiero sin palabras...

Ayer asistí a una escena bonita en el metro. Dos músicos tocaban la Marcha Radetsky de Strauss entre el vaivén de los carruajes, mientras los pasajeros observábamos curiosos el violín negro que uno de ellos acunaba entre los brazos. Las notas salían de su cuerpo seductor de ébano, retorcido en una “s” de sssssssssssssssssssssssssilencio…

En la estación de Alameda entró un matrimonio, ella se apoyaba ora en un bastón ora sobre el hombro de su marido, él llevaba un sombrero de color azul, ambos lucían en el rostro cientos de arrugas de reír la vida. Los músicos tocaban…

La señora casi quería bailar apoyada en su bastón; el señor, lleno de miradas brillantes, casi la quería abrazar allí mismo; y yo…yo casi no podía dejar de sonreír. De pronto ella apoyó la mano delicadamente sobre la sonrisa de su marido, no se dijeron nada, no nos dijeron nada, pero nosotros lo comprendimos todo.

Ayer la vida me regaló una escena así de bonita en el metro…

viernes, junio 17, 2005

Los niños de Huambo...

Os meninos de Huambo


Com fios feitos de lágrimas passadas
Os meninos de Huambo fazem alegria
Constroem sonhos com os mais velhos de mãos dadas
E no céu descobrem estrelas de magia

Com os lábios de dizer nova poesia
Soletram as estrelas como letras
E vão juntando no céu como pedrinhas
Estrelas letras para fazer novas palavras

Os meninos à volta da fogueira
Vão aprender coisas de sonho e de verdade
Vão aprender como se ganha uma bandeira
Vão saber o que custou a liberdade

Com os sorrisos mais lindos do planalto
Fazem continhas engraçadas de somar
Somam beijos com flores e com suor
E subtraem manhã cedo por luar

Dividem a chuva miudinha pelo milho
Multiplicam o vento pelo mar
Soltam ao céu as estrelas já escritas
Constelações que brilham sempre sem parar

Os meninos à volta da fogueira
Vão aprender coisas de sonho e de verdade
Vão aprender como se ganha uma bandeira
Vão saber o que custou a liberdade

Palavras sempre novas, sempre novas
Palavras deste tempo sempre novo
Porque os meninos inventaram coisas novas
E até já dizem que as estrelas são do povo

Assim contentes à voltinha da fogueira
Juntam palavras deste tempo sempre novo
Porque os meninos inventaram coisas novas
E até já dizem que as estrelas são do povo

Manuel Rui Monteiro

jueves, junio 09, 2005

La casa que contenía el mundo

Todas las noches de todos los nueves de junio Martín Pincanpore soñaba con la casa que contenía el mundo. Era grande y llena de divisiones, distintas unas de las otras, con grandes ventanales blancos de cristales oscurecidos. Cuando se tumbaba en la cama, al lado de Doña Deolinda, no podía contener la excitación del dulce desasosiego que sentía al pensar en el momento en el que abriría una de aquellas ventanas. Se acostaba vestido, con un paraguas y una bufanda en una mano y una sombrilla de sol en la otra. Nunca se sabe cual será la ventana abierta esta vez, el año pasado me moría de frío, decía, cuando Doña Deolinda lo miraba asustada ante tanta parafernalia.
Cada ventana mostraba un lugar distinto en el que Martín Pincanpore, durante las horas del sueño, o quizás más, viajaba de un rincón a otro del planeta. Todas las noches, de todos los nueve de junio. París o las ruínas de Machu pichu, el jardín cuidado de una casa reconocida o una aldea perdida en medio de montañas y lagos. Martín caminaba el mundo, desde la casa que habitaba sus sueños.
Esta noche, Martín Pincanpore ha tardado demasiado tiempo en regresar, tanto que Doña Deolinda lo ha tenido que despertar, zarandeándolo asustada. Al abrir los ojos se ha encontrado con la mirada transparente de un rostro confuso y cansado de la vigilia. Ha sonreído tranquilo y de sus labios un suspiro se ha convertido en un leve silbido al escapar entre dientes.
- Martín, Qué ha pasado? Por qué tardabas tanto en volver? Pensaba que esta vez me abandonarías para siempre. - Exclamó Doña Deolinda, casi entre sollozos.
- No encontraba la salida.- Respondió, serio, Martín Pincanpore.- De repente, cuando cerraba la ventana que daba a poniente, después de caminar entre un campo de hierba y margaritas de 25 centímetros, me dí cuenta de que todas las puertas de la casa habían desaparecido.
- Desaparecido? pero... cómo? dónde estaban? a dónde se habían ido?
- Al suelo.
- Estás loco Martín? - dijo Doña Deolinda, en medio de una gran carcajada.
- No, mujer. Te estoy contando la verdad, todas las puertas se habían ido al suelo, es más, ya no existía el suelo, era una gran alfombra de puertas de todos los tamaños y colores. Abrí una, de color amarillo, y ví el mundo al revés.
- Boca abajo?
- Feliz. - Martín Pincanpore recogió discretamente una lágrima que le corría por el canto del ojo. No podía permitir que su mujer lo viese llorar, no después de tantos años juntos y ya tan viejos.
- Entonces saltaste por esa puerta... - aventuró Doña Deolinda, agarrándole de la mano, ante el presentimiento de que en cualquier momento se desvaneciera junto a la primera niebla de la mañana.
- No, la cerré cuidadosamente para no despertar a nadie. Después abrí la puerta verde que estaba al lado, y el mundo volvía a ser normal. No me gusta abrir puertas, prefiero abrir ventanas...no son tan peligrosas.
Martín Pincanpore posó la mano de Doña Deolinda sobre su pecho, ahora más tranquilo entre las sábanas olorosas y familiares. Cerró los ojos, con la intención de aprovechar los últimos instantes de la madrugada, pero al escuchar un suspiro triste junto a su oído dijo:
- Si tenemos una hija... podemos llamarla ventana? Para que siempre pueda ser una mujer abierta al mundo... Podemos, Doña Deolinda?
- Estás loco, Martín? - dijo Doña Deolinda, en medio de una gran carcajada. - Somos demasiado viejos para tener una hija.
- Entonces duérmete conmigo, vamos a soñarla.