Secretos...
Era el día más triste del año, lo había dicho un investigador británico, y quizás por eso el tío Federico andaba cabizbajo por el pasillo. Se desenroscaba la boina como si fuera el tapón de una botella de coca cola, se limpiaba el sudor con un pañuelo de cuadros y caminaba dando grandes y nerviosas zancadas. Por el estrecho pasillo. Un, dos, tres pasos y media vuelta. Estuvo así una hora, después se puso el abrigo y salió sin mirarme, sin decir nada.
Aún no ha vuelto, aunque la comida espere humeante en la mesa y él siempre diga que la hora del almuerzo es sagrada. Aún no ha vuelto y encima mi madre está llorando en su habitación, la he oído por detrás de la puerta, aunque igual luego me regañe por andar espiando en las vidas y secretos ajenos. Pero es que últimamente esta casa parece estar llena de secretos, todos hablan bajito cuando yo ando cerca y si llega alguien de visita aún es peor, porque se encierran en el salón y me mandan a mi habitación a jugar.
La puerta de la entrada. Se ha abierto. Eso es que el tío Federico ha vuelto y ya no pasa nada. Y mi madre habrá dejado de llorar escondida tras la puerta de su habitación y seguro que mi tío ya no tiene ni una gota de sudor enroscada debajo de la boina. Igual también se acaban las conversaciones llenas de susurros en las que no puedo participar, quizás todo vuelva a ser como antes, aunque hoy sea el día más triste del año.
No me gustan las batas blancas, nunca me han gustado, porque sé que después de ellas viene siempre el dolor. Tampoco me gusta la sonrisa del médico que ha llegado con mi tío Federico, ni su mano húmeda que acaricia mi mejilla. Pero, menos aún, las palabras llorosas de mi madre:
- Cariño, tenemos algo muy importante que contarte.
Aún no ha vuelto, aunque la comida espere humeante en la mesa y él siempre diga que la hora del almuerzo es sagrada. Aún no ha vuelto y encima mi madre está llorando en su habitación, la he oído por detrás de la puerta, aunque igual luego me regañe por andar espiando en las vidas y secretos ajenos. Pero es que últimamente esta casa parece estar llena de secretos, todos hablan bajito cuando yo ando cerca y si llega alguien de visita aún es peor, porque se encierran en el salón y me mandan a mi habitación a jugar.
La puerta de la entrada. Se ha abierto. Eso es que el tío Federico ha vuelto y ya no pasa nada. Y mi madre habrá dejado de llorar escondida tras la puerta de su habitación y seguro que mi tío ya no tiene ni una gota de sudor enroscada debajo de la boina. Igual también se acaban las conversaciones llenas de susurros en las que no puedo participar, quizás todo vuelva a ser como antes, aunque hoy sea el día más triste del año.
No me gustan las batas blancas, nunca me han gustado, porque sé que después de ellas viene siempre el dolor. Tampoco me gusta la sonrisa del médico que ha llegado con mi tío Federico, ni su mano húmeda que acaricia mi mejilla. Pero, menos aún, las palabras llorosas de mi madre:
- Cariño, tenemos algo muy importante que contarte.
1 Comments:
la temible imagen del niño que trasciende la lectura de los adultos,
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