martes, noviembre 29, 2005

Assobios...

Hoy hace un año que descubrí el primero de tantos libros hermosos, que encontré al escritor de sueños, al compañero de ilusiones y amigo... Hoy, después de aquel momento ahora distante, mis días están más completos.

"Chegou em Outubro, ao mesmo tempo que as chuvas compridas e silenciosas daquela aldeia. Os cabelos caíam-lhe pelos lados magros da cara, a roupa estava totalmente ensopada e pesada, os olhos mal se abriam de tanto espanto: era uma chuva tão molhadora como qualquer outra, mas sem o dom natural de fazer barulho ao cair. Acreditou estar no meio de um intenso nevoeiro, e abriu a boca. Provou a água, a sua realidade molhada, e sentou-se à porta da igreja. Nunca tinha vivido uma chuva assim (...)"

(O Assobiador, Ondjaki)

lunes, noviembre 28, 2005

(Des)encuentros...

El crepitador de historias sabe que lo buscan, pero se calla la urgencia de querer ser encontrado. Una misión de letras y fuego empuja sus días, obligándole a olvidar la caricia de unas manos pequeñas sobre su piel, el hálito afresado de unos labios que ahora le persiguen cada noche; su imposible misión le hace perder unos ojos profundos, que son al mismo tiempo casa y olvido, patria y abismo.

En cada nuevo camino garabatea sus historias sobre los ojos y manos de extraños, sobre los corazones de niños de los cuales no conoce el nombre, sobre los labios de otras mujeres, distintas. Y apenas el eco de un silencio sujeta sus pasos cansados. Pero él continúa infatigable, sembrando vocablos y sueños, inventando vidas nuevas o recordando pasados. Por eso, cuando quiere decir campo dice María, cuando intenta pronunciar pan apenas se escucha María y al querer susurrar la palabra amor el Eco le golpea con un único sonido: María, María...

viernes, noviembre 25, 2005

Tres (des) cuentos para no tan niños.

Peluso abrió un ojo, luego el otro; cientos de ramas llenas de hojas y flores lo observaban. Se enderezó apoyando sus alas sobre lo que creía que era una alfombra blanca de dientes de león.
- ¡No te muevas tan rápido! - gritó la ardilla Yala, acercándose a él. - No le hagas cosquillas a la nube en la barriga, porque sino se empieza a reír y luego suelta risas relampagueantes y truenos en forma de carcajada.
- ¿Dónde estamos? - preguntó Peluso, ahora con los ojos bien abiertos, observando el maravilloso espectáculo que se extendía bajo su mirada. Los árboles colgaban danzarines de un cielo de tierra, las aves parecían volar sin hacerlo realmente y el mundo bajo sus pies se movía como si navegara en una barca. Todo estaba lleno de color; de todas las tonalidades (im)posibles de un verde mágico, de azules mariposas y blancos dientes de león que jugueteaban entre ellas.
- En Siap, en el país al revés - contestó Yala, cayendo de un gran salto sobre las ramas de un almendro. - ¡Ven conmigo!, yo te mostraré todo...

Peluso abrió las alas y quiso volar como siempre lo había hecho, las agitó con todas sus fuerzas como mamá le había enseñado en su primer vuelo, cerró los ojos y controló con el pico la dirección del viento. Saltó de la nube. Pero en Siap, en el país al revés, nada es como hemos aprendido, todo debe ser descubierto de nuevo y sus alas de vuelo no cortaron el viento, no planearon entre las nubes y las ramas de los árboles, apenas le ayudaron a agarrarse de nuevo a su alfombra blanca salvadora.
- ¡No puedo volar! - gritó, casi sollozando - ¡No sé volar!

Yala no pudo controlar una carcajada al ver su cara de pánico y con la pata le mostró una paloma que en aquel momento pasaba agitando sus alas bajo el extraño cielo de Siap. Peluso la observó de pico boquiabierto y después de algunos segundos puso en marcha su misma técnica. Yala aplaudía entusiasmada mientras el golondrino, emocionado por su nuevo descubrimiento, volaba vertiginoso entre las ramas del almendro. Al revés, como todo en Siap, dando la espalda a la tierra y batiendo alas contra el cielo.

- ¡Qué lindo es el cielo! Se parece tanto al de mi tierra... - pensó, silbando.
(cont.)

martes, noviembre 22, 2005

Instantes mágicos...

Hoy me ha sucedido algo mágico. Me he despertado con grandes deseos de leer en español y eso, cuando uno no está en su país, a veces se convierte en una urgencia. Por eso, después de comer he ido hasta la biblioteca del Instituto Cervantes, con un nombre en mente: Gonzalo Torrente Ballester porque, lo reconozco, aún no había leído nada de él.

Las estanterías de la biblioteca son blancas y hay demasiada luz, ¡qué se le va a hacer!, es un edificio nuevo, limpio y nuevo. Por eso, de entre todos los libros, he escogido el más antiguo: una edición de 1963. Con la portada de tela, azul, y el anagrama de ediciones Destino labrado en el centro. Se lo he dado a la bibliotecaria, ella lo ha abierto, como siempre, para introducir los datos en el ordenador. De pronto me ha mirado, con sus ojos castaños bien encendidos, y me ha mostrado el libro abierto por la primera página. Y yo la he mirado a ella, con una sonrisa cómplice, de quien descubre y comparte un secreto.

Durante un instante he querido robar el libro, llevármelo debajo del abrigo y buscarle un lugar en mi vida, en mi habitación, para siempre... Ella ha metido la tarjeta de devolución con fecha marcada para el 7 de Diciembre (mi cumpleaños) y me lo ha entregado mirándome a los ojos. Creo que ha adivinado mi pensamiento, mi deseo de guardar ese libro sin abrirlo nunca, con su tesoro oculto, ajeno al aire, a las voces, a todas las miradas.

Pero dos segundos después he pensado que Gonzalo Torrente Ballester, el mismo que hace años dedico este libro azul que ahora descansa junto a mi mano, no desearía que su libro estuviese cerrado. Por eso, después de escribir la última palabra de este día voy a abrirlo por la primera página, la miraré con ojos que no leen, como hago siempre, y sólo después me dejaré descansar entre un torbellino de vocablos, puntos y renglones.

domingo, noviembre 20, 2005

Saib...

En las tardes de domingo, la casa siempre olía a manzanas frescas. Saib me ofrecía una, sonriente, y yo la mordía con fuerza, clavaba mis dientes de niño en su corazón de frescura verde. El jugo, aún medio ácido, me resbalaba por la barbilla, y yo reía, reía lleno de líquidos tibios en la calidez de la tarde. Después buscaba hormigas. Negras. Y construía obstáculos para sus ya atareadas vidas de bichos responsables y eficientes: un pequeño canto, una ramita, las pepitas de mi manzana, la dentadura de la abuela...

Saib sonreía y a mí casi me querían asustar sus dientes blancos. Cuando yo le preguntaba por qué eran así, él decía que en su país todos tenían los dientes muy blancos, tan blancos como la luna, señora y diosa de sus días. Tenía también la piel oscura, tanto que a mí me gustaba siempre cogerle de la mano y decirle: Mira Saib, parecemos un pastel de bizcocho y chocolate, como los que hacía la abuela en las tardes de domingo. Y él volvía a sonreír, aunque yo bien sabía que se ponía triste y que después se iba a la cocina a llorar escondido entre sus cucharas y cazuelas. La abuela entonces se acercaba con sus pequeños y silenciosos pasos, le pasaba la mano por el cabello encaracolado, ya grisáceo por tantas lunas fuera de su país, y sin decirle nada le colocaba una manzana fresca entre las manos.

Él se la guardaba en el bolsillo izquierdo de su camisa, se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano y corría junto a mí, junto al niño que era entonces, para ofrecérmela como si la hubiera acabado de recoger del único manzano que teníamos en el jardín, aquel que murió en el mismo día que la abuela.

viernes, noviembre 18, 2005

En este preciso instante dos palomas se besan frente a mi ventana, sobre el borde de piedra del tejado de la casa verde. Y el cielo plomizo no les importa, tampoco la suave llovizna que a veces amenaza la tarde, se besan y basta.

jueves, noviembre 17, 2005

María del Eco anda perdida, por eso el crepitador de historias se ha sentado junto a una hoguera, en un país distante, a inventar palabras para ella. Las palabras se mezclan con el humo, un poco chamuscadas por las llamas de fuego, y parten en el aire en busca de su dueña. María nada sabe, nada escucha, nada presiente mientras recorre puertas, casas y pueblos en busca de un hombre de zapatos alados. Pero las palabras inventadas por este hombre consiguen atravesar las distancias y, a la hora de la siesta, cuando María duerme sueños profundos, se liberan de su burbuja de humo y cuentan quiénes son, de dónde vinieron, por qué fueron pronunciadas.

Así María del Eco conserva su "tristeza esperanza", y al despertar siente sobre la piel la marca de unas manos que, casi sin tocarla, le han grabado una nueva historia, un nuevo hilo conductor para su amor, un silencio de hoguera, humo y vocablos susurrados. A veces se le escapa una lagrima, otras una sonrisa, porque las historias que llegan en forma de caricia nunca son iguales.

¿Mande?

Maruja Torres, siempre con su habitual ironía, me vuelve a dar un motivo para "robarle" sus palabras y traerlas hasta aquí. Su crónica de hoy en "el país" no tiene desperdicio, nadie como esta mujer para decir las cosas bien claras.


"¿Hay entre los presentes algún maldito presunto terrorista que, durante los presuntos interrogatorios necesarios para la seguridad de los presuntos Estados Unidos, realizados en presuntos países terceros amablemente disponibles, haya sufrido presuntos abusos psicológicos o físicos dignos de ser calificados como presunta tortura según las disposiciones del Departamento de Estado redactadas en agosto de 2002, y firmadas al año siguiente, que otorgan al presidente Bush Jr. plenos poderes en materia de presunto interrogatorio?

Pausa para respirar.

¿Hay entre los presentes algún jodido hijo de puta que haya merecido que su presunto interrogador le someta a tales presuntos abusos por la causa de la seguridad que, finalmente, el resultado haya sido de presunta pérdida de miembro o de presunta muerte, con lo cual sí podríamos hablar de presunta tortura en caso extremo, según las mencionadas disposiciones?

Pausa para pensar.

¿Hay algún repugnante prisionero clandestino en pelotas, con capucha, cadenas y perros y leones como compañeros de celda, y botellas y palos en el culo (todo presunto) que, mientras estaba siendo presuntamente interrogado, en un exótico país de moral torturante relajada, para contribuir a la seguridad de Estados Unidos, recordara por un casual la presunta escala que hizo en el aeropuerto de un bello paraje español de incomparables litorales (presuntas playas tiene Mallorca, ya lo cantaba Bonet de Sanpedro, o ayyy, Canarias, cómo te siento, versión de la Pradera)?

Pausa para el rasgar de vestiduras.

¿Hay entre los presentes algún imbécil que pretenda convencernos de que la Convención de Ginebra y los convenios internacionales sobre el trato de los prisioneros de guerra, así como contra la tortura, son antiamericanos, ya que atentan contra la seguridad del actual Gobierno de EE UU, el más americano del mundo, que se pasa por el forro los derechos humanos y cuanto haga falta?

Pausa para el crujir de dientes.

Por último, ¿hay algún superviviente o testigo o investigador o confidente que pueda aportar pruebas lo bastante sólidas como para que los proamericanos de Gore Vidal y Noam Chomsky dejemos de sentirnos acosados?

Pausa para esnifar Fósforo Faluya."

martes, noviembre 15, 2005

Dos (des) cuentos para no tan niños...

Peluso llegó al atardecer al país de Siap, allí donde todas las plantas crecen al revés. El sol se ocultaba entre cientos de raices polvorientas, que extendían sus brazos desnudos y retorcidos hacia el cielo. Esperanzado al no descubrir entre lo que el creía ramas, ni un sólo brote verde, Peluso se durmió junto a un pequeño arroyo.
A la mañana siguiente le despertó un crujido, abrió un ojo, lo cerró, después abrió ambos de par en par.
- ¿Quién eres? - preguntó asombrado.
- Soy Yala, ¿y tú? - contestó una pequeña ardilla que olfateaba sin descanso las puntas de todas las raíces.
- Yo soy Peluso, soy un golondrino que...
- ¡Ajá! Aquí está, ¡te encontré! - gritó Yala batiendo palmas.
- ¿Qué has encontrado? - preguntó Peluso, asustado ante el extraño comportamiento de la ardilla.
- El avellano, ¡Menos mal!, porque ya empezaba a tener hambre.
Peluso miro sorprendido, primero a las raíces vacías y después a Yala, preguntándose donde conseguía ver un avellano. Yala dió tres vueltas a la raíz, dos volteretas en el aire, cinco palmas y gritando muy fuerte missangaaaaa desapareció baja la tierra sin dejar rastro.
El golondrino Peluso no podía creer lo que acababa de ver. "¿Pero a qué extraño país he llegado?, se preguntó, y gritó con el pico pegado al suelo:
- Yalaaaaaaa, ¿dónde estás?
Un eco profundo le llegó al cabo de unos segundos.
- Estoy aquí Peluso, baja a comer avellanas conmigo, sólo tienes que repetir la ceremonia secreta, recuerda: tres vueltas, dos volteretas en el aire, cinco palmas y grita con todas tus fuerzas missangaaaaaaaa, no olvides esta última parte.
Peluso dio tres vueltas a la raíz, dos volteretas voladas en el aire e intentó cinco torpes batidas de plumas. En el mismo instante en que el eco de la missanga aún pendulaba, el suelo se abrió y Peluso entró en la profunda oscuridad. Durante unos instantes cayó, cayó y cayó, sin poder reemprender el vuelo, hasta que a lo lejos comenzó a divisar una suave luz verde...

(Cont...)

lunes, noviembre 14, 2005

Los que caminan conmigo...

El rincón de Martika es uno de esos sentimientos que se van adueñando de nosotros poco a poco, sin que nos demos cuenta; con una pizca de amistad, una cucharadita de poesía y otra de intensidad se van cocinando los encuentros. Cada día al despertar, con una taza de café caliente entre las manos, lo primero que hago es leer "mis rincones", y no es éste doravante borboleta del que hablo cuando utilizo dicho posesivo, no, son esos rincones como el de Martika que llenan mis mañanas, que alivian mi trabajo y mis melancolías.

Hoy, porque es lunes, porque brilla un sol casi frío, porque tu último texto "Ángeles de los suburbios II" me ha fascinado y emocionado completamente y por muchas otras razones, quería enviarte este abrazo en forma de palabra.

domingo, noviembre 13, 2005

Una trompeta suena al fondo el corredor y la tarde está fría. La voz rasgada de Billie Holiday hace estremecer aún más a mis estremecimientos. Froto mis manos con la esperanza de, a través de ellas, entibiar mi alma. ¡No!, no debería decir alma. No debería usar una palabra para lo innombrable, para ese sentir que se asemeja a una nota perfecta en el instante preciso. Aquella misma nota que convoca una tarde de sol o a un abuelo que me sujeta sobre las rodillas, y todas aquellas ovejas pasando frente a la puerta de nuestra casa, formando una niebla de pasos apresurados. ¡No!, no debería nombrarla, porque el alma sólo tiene un amante, un amante de pasos cóncavos, de manos transparentes que parece que no tocan pero marcan a fuego el leve toque del amor, un amante que se enrojece como un adolescente, el tan amante silencio...

sábado, noviembre 12, 2005

Me gustaría...

A veces me parece que soy una mujer alada, o quizás es simplemente un deseo. A veces creo que vivo de y en un mundo irreal, que mis actos son guiados por una materia etérea, a la cual no conseguimos dar el nombre apropiado, quizás porque no exista la palabra que la nombre. Compraría una casa simplemente por el sonido de la calle, plaza o rincón en la que se encuentra: rua das laranjeiras, cantón de la fábrica de las sedas, rue des papillons... atravesaría océanos, aunque suene a lugar-común, para recoger, o mejor aún, dar un beso.

Camino por la calle y sonrío sola, todo me sorprende, todo me emociona, como si nunca hubiera dejado de ser niña. Algunas veces lloro: cuando las palomas se besan en el tejado de la casa de enfrente; cuando la ciudad se viste de azul frío y atardecer, y yo la combato con el aroma de un té; cuando por ejemplo, la castañera pregona sus castañas y las calles se llenan de humo, y las luces de la noche se encienden, y los recuerdos me engañan convirtiéndome en personaje de otras vidas.

A veces me gustaría ser una mujer alada, etérea, con dos lágrimas guardadas en los labios y una sonrisa abierta entre las manos, mujer de sueños y recuerdos, protagonista de las páginas que un escritor pare en el otro lado del mundo. A veces me gustaría ser real.

viernes, noviembre 11, 2005

La calle fría que nos alcanza...

Tenía las uñas largas, sin tiempo apenas para cortarlas; el cabello enmarañado de cien días sin peine, recogido en la nuca con un pedazo de lana azul; los ojos sin rumbo, sin brillo, ajenos a la pérdida de su anterior status. Vivía en la calle, bajo un cartón nocturno de abrigar soledades, era un sin-nombre, sin-abrigo, sin-vida, sin-todo, sin-nada... Lo miraban al pasar, como quien mira un objeto inservible caído sobre la acera, tan inservible que no merece la pena agacharse para recogerlo. Lo observaban con asco, sintiéndose superiores y distantes de su sufrimiento, es un hombre de cartón, de calle, frío y olvido, pensaban. Sólo eso. Escuchaban su estertor de muerto viviente desde la altura de una vida acomodada, llena de nombres y abrigos, y se alejaban, volviendo al ruidoso caminar de la ciudad implacable, tan implacable como ellos.

El hombre de cartón se miraba las uñas por cortar y apartaba las madejas ásperas de su cabello descuidado para, después, sonreír ante la crueldad que ensaya el destino. Él también caminó junto a mendigos, él también desprecio vidas inservibles y volvió a su cuarto límpido e impoluto, para olvidar la calle en la calentura de una casa demasiado grande. Sonríe, porque la vida tiene oscuros designios y porque el dolor de las uñas sucias clavadas en la carne cansada apenas dilaceran su alma de ser inexistente.

jueves, noviembre 10, 2005

Me gustaría...

Me gustaría poder desdibujar de un soplido la rrrrrrrr de cualquier arma.

A María del Eco le han contado que el crepitador de historias inventa sueños en la playa de la ciruela. A María se le llenan los labios con la palabra esperanza, y parte, serena, en busca de quien le ha robado el más preciado de sus deseos...

"Alonsanfán"

Al leer las noticias que continúan llegando de Francia me he encontrado con este artículo de Maruja Torres, claro y directo. Y me asombran las medidas del gobierno francés, medidas superficiales como siempre, para ver si las cosas se calman y podemos continuar como antes, ignorando los problemas de quienes viven junto a nosotros. No defiendo la violencia. Nunca. Defiendo el diálogo, el diálogo que el gobierno francés debe establecer con esos jóvenes, porque quizás tengan algo que decir, porque tal vez ya estén cansados de quemar coches, porque quizás apenas quieren un trabajo y una vida digna.

Y no sólo el gobierno francés... también España, que se ha convertido en un mundo de culturas diferentes, y otros tantos países que se dirigen hacia una multiculturalidad creciente, para que ésta sea real y no una simple fachada.

Os dejo con las palabras de Maruja:

"El profesor Debatini está de nuevo entre nosotros. Especula sobre el comportamiento violento de los jóvenes que se rebelan en las ciudades de Francia. La sociedad y los medios de difusión, perplejos. Será porque no han visto películas de Bertrand Tavernier; o porque no han mirado nunca a los ojos a los franceses de los barrios marginales. Profesor Perplejini, maestro Debatini: seamos serios. ¿De verdad pensaban que nadie, nunca, iba a levantarse? ¿Ni siquiera en Francia, la cuna de la Contestación (gran palabra del 68, infórmense sobre su sentido), de la Comuna, de la Revolución? ¿Creían que el Sistema (otra definición de entonces) no despertaría ira?

Llegados a este punto, Perplejini pregunta a Debatini (angustiados los dos): ¿Y quiénes son? ¿Son blancos, son negros, son café con leche? ¿Son islamistas o islámicos, musulmanes o musulmánicos? Etiquetemos, empaquetemos.

Y además, dice Debatini, carecen de ideología. No pertenecen a sindicatos, ni votan. Un momento: en estos tiempos, quemar un coche en vez de robarlo es una prueba de ideología tan sólida y válida como la que supone llamarles chusma. En mi opinión, mucho más prometedora. Quizá no los queman porque no pueden tenerlos, sino porque odian lo que representan.

Frente a la violencia de sus métodos, nosotros preferimos la calma sistemática, el estilazo a fuego lento con que se les viene negando aquello que se les prometió (liberté, égalité, fraternité) en las escuelas que ahora también incendian. Nos va más el savoir faire con que se les viene cancelando, a estos jóvenes hoy airados y revueltos, a esta chusma, toda posibilidad de esperanza, de futuro. La derecha que gobierna en Francia recortó los subsidios destinados a obras sociales hasta extremos exasperantes, pero lo hizo con guante de seda, con implacable finura. En esos barrios el paro entre los jóvenes alcanza el 40%, el doble que en la población francesa normal. Ya antes, la izquierda gobernante los había considerado carne de subsidio.

¿Puede ocurrir aquí también? El mundo entero tiene el culo al aire. La tortura se deslocaliza como las fábricas y el empleo se subcontrata como la tortura. Algún día algunos no lo van a soportar más. Allons, enfants."

Maruja Torres

miércoles, noviembre 09, 2005

Me gustaría...

Me gustaría que la mañana fuera menos azul, que no llegara en el aire ese suave olor a río que despierta, y a castañas que se encienden en su orilla. Me gustaría que el silencio fuera eco y que tú estuvieras conmigo...

martes, noviembre 08, 2005

Un (des)cuento para no tan niños...

Peluso era un golondrino rebelde, él solito quería hacer la Primavera. Un día se despertó cuando el sol aún dormía en este lado del mundo. Iba a comenzar un largo viaje y debía prepararse para todos los peligros que le aguardaban en el camino. Viajaría siempre hacia el Norte, allá donde los hielos aún cubren la tierra, volaría en el viento frío y polar para conseguir llegar antes de que los verdes brotes nacieran en los árboles. Llegaría cansado por el esfuerzo, las plumas alborotadas, el pico dormido de tanto cortar el aire, pero llegaría siendo el héroe que trae consigo la Primavera.

Peluso se miró al espejo de una gota de rocío, coqueto, porque uno nunca sabe en que rincón le espera una bella golondrina. Comió los restos de la noche anterior, que aún daba los últimos coletazos en el rayar del día y, mirando al horizonte, alzó el vuelo. Cuando extendía las alas y planeaba, dejándose arrastrar por la corriente, su cuerpo tomaba la forma de un corazón negro. Los animales aferrados a la tierra lo observaban con una mezcla de desdén y envidia: "mirad, allá va de nuevo el cabezota de Peluso".

Y Peluso no escuchaba sus voces, porque desde el cielo se dejaba embriagar por la belleza de la tierra lejana, de los ríos dibujándose entre los bosques aún vacíos; era su parte favorita del volar.

- Peluso, ¿qué haces tan temprano por aquí? - preguntó la tortuga Marcelina, que hacía años y años vivía junto al arroyo.
- Marcelina, ¿lo has visto? por favor, dime si ya lo has visto...
- Ah, el brote... - Sí, Peluso, nació ayer, allí junto a la esquina del primer almendro - contestó la vieja tortuga con una cierta tristeza agarrada a la voz.
- Entonces he llegado tarde... - pero sin perder el valor. - Debo continuar mi viaje...
- ¿Hacia dónde vas Peluso?
- Al Norte, siempre hacia el Norte... - contestó el joven y rebelde golondrino, extendiendo de nuevo sus alas y perdiéndose entre la segunda nube a la derecha.
(cont.)

Me gustaría...

Me gustaría ver la vida desde la altura de los ojos de un gato; y que cambiara, al igual que sus pupilas, ante la tristeza de las sombras o la suave brillantez del día.

lunes, noviembre 07, 2005

Volver...

A veces viajamos sin levantar los pies del suelo, a veces los países se suceden encadenados en un gesto o una caricia. Y entonces hay tardes de color naranja, llenas de despedidas o promesas de un regreso; hay ríos anchos que parecen mares, de unir deseos y silencios; hay urgencias y melodías, de aquellas que convocan a los sueños.

Algunos van y otros vuelven, nosotros permanecemos, pairados en una nota o en un recuerdo. Y quisiéramos estar en este lado del río y en aquel, al mismo tiempo; y sentirlo todo, como si el tiempo fuera indivisible y sucediera todo junto.

A veces partimos para encontrar unos abrazos abiertos al regresar...