En la isla de Gobium...
Martín Pincanpore no entendía las mareas. Se empeñaban en robar la arena de la orilla y volverla a colocar en el mismo y exacto lugar del que se la llevaban. No entendía el innecesário absurdo de cargar con los revoltosos granos dorados sobre la cresta blanca de la ola.
- Quizás es su forma de divertirse.- decía el Dr. Risos. - a mí, a veces, también me gustaría ser una pequeña partícula de arena y navegar por la bahía.
- Usted puede hacerlo, Lume alquila barcas en el pueblo. Ya tiene una flota de seis barcas de madera pintadas de colores diferentes. ¡Ah! y los remos son acabaditos de talar del bosque del pirilampo.
- Pero...Querido amigo...no es lo mismo. No es lo mismo viajar sobre el mar, que dentro de él.
Martín Pincanpore hizo un silencio. Miró hacia los extremos de la bahía y se dejó adormecer por el sonido de las mareas. Soñó con Lume y sus barquitas de colores, sonrió con ternura cuando los altos pinos talados labraban el camino del agua. Al despertar, lo hizo con el deseo de atrapar una ola.
- ¡Quiero tener una ola! - gritó incorporándose.
- Señor Pincanpore... ¿Se encuentra usted bien? - preguntó Nano, el muchachito de los correos, que sentado junto a él había sustituído al doctor Vizentzos Risos.
- ¡Nano! ¡Ayúdame! tengo que agarrar una ola, una ola llena de granos de arena. Vacia tu cartera, quizás la podámos hacer entrar ahí...
- ¿Una ola? ¿Y para qué quiere usted una ola? - preguntó Nano apretando su cartera, llena de cartas por entregar, contra el pecho.
- Para que deje de ser marea...
- Pero si una ola deja de ser marea...ya no será una ola, será...¡Agua, simplemente agua!
Martín Pincanpore bajó los brazos, cargados de tristeza. Miró de nuevo hacia el horizonte, allá lejos donde las olas nacen, y hundió los dedos de los pies entre los granos revoltosos de arena.
- Mi mamá dice que cuando queremos poseer una cosa que nunca llegará a pertenecernos lo único que podemos hacer es nombrarla, aunque yo no sé muy bien lo que eso significa. - dijo Nano, antes de alejarse para continuar con su trabajo de muchachito de los correos.
- Darle un nombre... un nombre...- pensó Martín, mientras se rascaba la oreja.
...
Un nombre... ¿Quién quiere ayudar a Martín Pincanpore? es un juego... ¿Por qué no? ¿O acaso crecer significa dejar de jugar, o soñar...?