Las horas...
Hace frío. Mis dedos finos se adelgazan aún más en la búsqueda imprecisa de una sombra de calor. Antonio adormece frente a mí, junto al radiador, como si fuese una antigua hoguera. En el televisor una película cualquiera pasa ante nuestros ojos desinteresados y el tiempo parece no tener sosiego, se revuelca ansioso en nuestras horas más frías. A través de las viejas ventanas, que nunca cerraron bien, el viento helado se cuela dando gritos, lastimosos, imprecisos, buscando nuestros oídos que no lo quieren oír. Buscando nuestras bocas que gritan aún más. Buscando el poco calor que nos queda, el poco calor que él jamás tendrá. Tengo lástima del viento, en este su último instante, y le dejo que se pierda entre mis cabellos, apenas un segundo, antes de volver a la calle solitaria, para abrir de nuevo, esta vez de par en par, otras ventanas donde no será bienvenido. Antonio enciende un cigarro. Yo escribo.
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