Y ahora que casi me estoy yendo...
Como siempre he sido de naturaleza curiosa decidí descubrir la razón de la sonrisa de la lluvia, y sin pensar en mis ropas que poco a poco se iban mojando me quedé parada en mitad de la calle.
Al cabo de unos minutos tuve que apartarme para no ser atropellada por un caballo blanco que venía corriendo desde la Rue Royal. Instantes después dos jóvenes empujaban sus bicicletas en dirección al lago, entre el manillar y el sillín se enredaban animales de colores que ladraron, maullaron, piaron y graznaron al pasar junto a mí. La anciana señora me enlazó la cintura y, en medio de nuestras vueltas danzarinas, conseguí ver el piso ajedrezado del salón de baile más hermoso del mundo. De mis zapatos comenzaron a nacer rosas y tuve que pellizcarme para comprobar que no estaba soñando. Pero el padre que reía a carcajadas volvió a pasar corriendo con el bebé que abrazaba la lluvia, y sobre los tejados de la vieja ciudad un velero enarboló sus velas.
A veces se me ocurre pensar que la lluvia en esta ciudad guarda secretos desconocidos…