Un concierto en la catedral de Saint Pierre
Las personas murmuran mientras el organista se calienta las manos, frotando suavemente una contra la otra. A veces una nota rebelde se escapa queriendo convocar al silencio, otras el silencio planea sobre el altar como si fuese un ave blanca de alas extendidas. Ante la repentina aparición del organista las voces enmudecen, y la expectativa se instala en cada rincón. La dulzura, entonces, hace su aparición en escena, invadiendo el lugar de delicados sonidos, de voces nuevas. El organista derrama la magia escondida entre los dedos, y cual alquimista de los sonidos perfectos ejecuta la partitura de su vida.
Junto a un rincón surge el milagro. Entre las notas, ajeno al público, un nuevo redentor llega al mundo en forma de amor. Una muchacha adormecida descansa entre los brazos de un hombre de manos dulces. Él la mira, ella es etérea y la música convierte su lecho en un colchón de almas. En un rincón de la catedral surge el milagro. Él le acaricia el cabello, ella sonríe cómplice ante la caricia (in)esperada, y el organista toca. Y cuando el concierto acaba, y los aplausos se escuchan en su consecuencia lógica de existir, la muchacha y el hombre de las manos dulces permanecen inmóviles. Ella abre lentamente los ojos, y el milagro continua…
3 Comments:
mmmm casi podía escucharlo, sentirlo, contemplarlo...
Y el estremecimiento de unas cuerdas de órgano que vibran con la caricia en sus teclas de unos dedos expertos...
y Bach en el aire.
Estoy aquí de nuevo.
Aunque sólo a ratos, o a días. Aún no del todo.
Besos
NO sabes cómo me gustaría, algún día poder usar tus escritos para cortometrajes. Habrá que juntar al equipo de personas alguna vez... Lo que sí, éste, definitivamente, es mejor escucharlo con la imaginación, sentirse ahí, espectador y personaje.
precioso texto, gracias por dárnoslo, las imagenes discurren como de la mano de un pintor
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