Cinco (des)cuentos para no tan niños...
Marianela, Marianelaaaaaaaaa, grita Peluso intentando luchar contra las corrientes de aire y nieve. Detrás de la cortina blanca distingue luces y risas, pero su cuerpo cansado apenas le permite extender las alas y dejarse llevar, hacia el Norte, siempre hacia el Norte. Las voces van llenando silencios, y las palabras se dibujan en su pico de golondrino tonto y cabezota. Y a pesar de todo consigue encontrar las fuerzas en la punta más alejada de sus alas, y con un último esfuerzo atraviesa la cortina de viento, nieve y tiempo que le separa de su añorada Marianela.
Marianela junta sus manos en forma de cuenco y acaricia al pequeño golondrino tembloroso y desfallecido, sintiendo el latir de su corazón junto al dedo meñique de la mano izquierda. Le sopla un poquito sobre el plumón helado mientras susurra su nombre: Peluso, peluso, despierta...
Y Peluso abre los ojos oscuros y sonríe con sonrisa de pájaro peregrino. Y la vocecita le sale de adentro, pequeña pero brillante, casi como el eco de un silbido:
- ¿Ya ha nacido? Díme Marianela, ¿ya ha nacido el primer brote?
La niña del Norte responde con la misma mentira de siempre, sabiendo que así obliga cada año al valiente golondrino a partir en su viaje loco; aún sabiendo que sus plumas ya no son las de antes, que los años se le van agarrando a las alas y los vuelos son ya cansados caminos.
- No, aún no Peluso, has llegado a tiempo, como siempre.
Y el golondrino se duerme de sonrisa en el pico, grande, muy grande, satisfecho por su misión cumplida, por haber conseguido ser más rápido que la Primavera, llegar antes que ella, mucho antes, para esperarla entre las manos cálidas de su añorada niña Marianela.
(Fin)