domingo, octubre 23, 2005

Amigo de un instante...

Todos los domingos André y yo nos levantamos temprano y cogemos el metro y después el tranvía para llegar a Belém. El río aparece brillante, como un espejo de plata contento por recibir los primeros rayos del sol; y el mar se vislumbra a lo lejos, azul, intenso. Durante dos horas hacemos tai chi, o por lo menos lo intentamos. Mi pobre espalda, siempre con miles de problemas, a veces se resiente y no quiere trabajar, pero al cabo de unos minutos el dolor se transforma en sensación de quietud luminosa. El río parece que nos entra por la punta de los dedos y se anida en un huequito de nuestro interior; el sol de la mañana nos acaricia la cara y, por entre los ojos semiabiertos, seguimos viendo el mar a los lejos, azul, intenso.

Después de cada sesión él se acerca y nos volvemos niños, buscamos ramitas en el suelo, hojas, palos, un lápiz olvidado por un poeta distraído... todo sirve, para entretenerlo, para jugar con él, para sonreír sobre la hierba al ver su carita de vigía concentrado. Casi no se deja tocar, apenas conozco el tacto de su pelo, la calidez de sus orejas o el beso húmedo de su hocico, pero es así, libre y atento, como me gusta verlo cada domingo...

Y entonces podemos volver a casa contentos, con el alma llena de río, de risas e imágenes y, sobre todo, llena de ese mar tan azul y distante.

2 Comments:

Blogger almena said...

Hoy, esta mañana de domingo... ¿si?
cómo disfrutará.
Los perros son mi debilidad :-)

00:13  
Anonymous Anónimo said...

( . )

16:33  

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